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Ana Sofía M.

De mudanza en mudanza, buscando mi lugar en el mundo.

Me he mudado tanto en estos 2 años. He tenido que arrastrar mis cosas de un lugar a otro y compartir espacios con personas nuevas cada determinado tiempo. Moverme ya se siente como algo familiar y a veces, lo siento hasta necesario.

En mi penúltima mudanza, antes de saber que terminaría viviendo del otro lado del mundo, en Escandinavia por todo un semestre, me acuerdo que fui a un mercadito de productos locales de la ciudad en la que viven mis papás. La ciudad de la eterna primavera que me ha visto regresar una y mil veces de todas mis grandes aventuras. En uno de los puestos había una señora que vendía velas con cuarzos. Me parecieron tan lindas que compré una para decorar lo que yo sabía que sería mi nuevo hogar. La vendedora me dijo: 'Antes de prenderla, intenciona tu vela'. Y así terminó nuestro encuentro.

Semanas después ya estaba en mi nuevo departamento compartido. Una tarde que me quedé yo sola decidí prender mi vela para hacer de ese espacio un lugar más hogareño, más hygge, como después aprendí de la cultura danesa. Estaba tan contenta ahí, con una vista que me hizo volver a enamorarme de la ciudad de México, con una vida que me parecía que se estaba acomodando casi a la perfección, que se me ocurrió que la intención de mi vela fuera "aprender a enraizarme".

Dejar de andar corriendo, cambiando de lugar, de hobbies, de universidades, de departamentos, de todo. Sentí que este deseo implicaba aceptar la estabilidad que había en mi vida, como algo que realmente quería. Prendí la vela. La apagué. La volví a prender varias veces más en los meses que seguían pero la realidad y el desarrollo de los sucesos fue lo más alejado a esa romántica idea con la que intencioné la vela. Terminé por intentar una vez más irme de intercambio, pensando que volverían a rechazarme como la última vez que lo intenté y entonces tendría yo una excusa para decir "no es mi momento, necesito quedarme". Ya la primera vez me había dolido mucho no irme, pero me reconfortaba la idea de que tenía que estaba donde tenía que estar, sino ¿por qué todo lo demás para quedarme se hubiera dado tan fácil?

Pero como la vida a veces tiene mejores planes que los que nosotros tenemos, todo se dió. Esa gran oportunidad que había buscado y pensé que ya se había ido se me puso enfrente y era mucho mejor de lo que podía haber obtenido la primera vez que lo intenté. La oportunidad estaba hecha a la medida para mí, y todos los pequeños detalles de logística que podrían haber sido una pesadilla se convirtieron en soluciones incluso antes de convertirse en problemas.


Así fue como una vez más, pensando que ya había encontrado mi lugar, la vida conspirando siempre a mi favor, me subió a 3 vuelos hasta casi el otro lado del mundo con 23 kilos de pertenencias. Dejándome vivir y disfrutar de 6 meses en el lugar más increíble que mi corta experiencia humana ha podido experimentar.


Pero como la constante en mi vida siempre han sido cambios grandes, esos 6 meses llegaron a su fin. Llegó el momento de regresar. Ya sin tener el departamento que tenía planeado para mi regreso pero con algunas opciones que me encontraron antes de que las buscara.

Así que de nuevo, solo me quedan 6 meses. Un semestre más para graduarme y hay algo en mí que ya no sabe como quedarse quieto. Hay una parte de mí que por supuesto que quiere regresar a ciertos lugares, como Copenhague, pero lo más importante: ya tiene una lista de miles de ciudades donde quiere y va a aterrizar. Porque no me sé quedar quieta y no veo la necesidad enraizarme en ningún lado con esta sensación de que hay tanto que me falta ver.

¿Qué si tengo planes concretos para esto? Uno a medias con más sueños que ideas concretas de cómo lograrlo. Aún así sigue en mis planes esa meta mientras disfruto de lo que se pueda en estos últimos 6 meses de carrera.


Con amor,



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