top of page

Carta #3 desde Ecuador: el Cotopaxi y el aprender a sentirlo todo

  • Foto del escritor: Ana Sofía M.
    Ana Sofía M.
  • 29 oct
  • 4 Min. de lectura

ree
ree
ree
ree

Ya ando de regreso en Quito, después de un fin de semana increíble a los pies del tayta Cotopaxi.


Siento que una ola de emociones me ha revolcado en estos días. La nostalgia me anda alcanzando por más que trate de correr de ella. Creo que el clima en Quito tampoco ayuda. No ha parado de llover ni de estar nublado. No he visto mucho el sol, y eso hace que mi sistema se vaya directo al lado triste, melancólico y dramático.


ree

Pero no quería dejar pasar la oportunidad de escribir sobre todo lo que pasó este fin de semana en el Cotopaxi y lo significativo que fue para mí, porque me hizo acordarme de algo: qué regalo tan grande es ser capaz de sentir tanto.


Vengo a confesar algo que creo que nunca he escrito por aquí de manera tan literal pero mi miedo más grande, es vivir algo tan increíble y no volver a sentir algo igual.


Desde muy chica me pasa. En prepa, escribí un ensayo sobre esto en clase de literatura y la maestra no podía creer que algo así me preocupara a los 16 años. Pero desde entonces me acompaña ese miedo de vivir algo tan maravilloso y pensar que no se va a repetir esa sensación nunca más en mi vida.


Durante mucho tiempo esto me aterraba. Mientras vivía lo que fuera que me hiciera feliz, mi mente solo pensaba: “esto se va a acabar.”


Por suerte, con los años encontré una forma de cambiar mi perspectiva. Ahora pienso que tengo una capacidad infinita para sentir, y que aunque probablemente no vuelva a encontrarme en una situación igual, siempre habrá otro viaje, otra amistad intensa, otra aventura, otra risa, otro amor que se sienta mucho. No igual, pero sí suficiente como para que me sienta viva.


ree

Estos años y todos los viajes me lo han demostrado: siempre hay una oportunidad más para sentirlo todo intensamente. Y eso me ha dado paz. Me ha enseñado a desarrollar el músculo del asombro y a entender que soy una colección de vivencias que me hacen sentir bien completa.


No siempre es fácil explicar lo que he vivido, y eso es lo bonito: que eso es solo para mí. Es una historia de complicidad que tengo conmigo misma. Lo que siento cuando me despido de un lugar donde fui feliz, cuando conecto con alguien en el camino, o cuando mi cuerpo se emociona viendo un atardecer, eso es mío y nadie me lo puede quitar.


Y eso fue lo que entendí este fin de semana. Que quiero compartirlo un poquito, por si alguien logra vivir, a través de estas cartas, una parte de todo lo que yo siento.


ree

Me fui a un hostal a pie del volcán Cotopaxi, uno de los lugares más bonitos que he visto. Es una parada obligatoria para quienes mochilean por Ecuador.


ree

El hostal es se siente más como un campamento de adultos donde todo está solucionado: la comida, las actividades, los juegos, las vistas. No hay señal, así que solo queda convivir, desconectarte y admirar la naturaleza.


ree

Sentarte a comer frente a un volcán y admirar su grandeza te pone en perspectiva. Me recuerda de lo efímero que es todo, de que coincidimos con personas por tres días y luego seguimos caminos distintos. Que hay conversaciones de horas que se sienten como si conocieras a alguien de otras vidas. Que hay risas que traemos atoradas en el corazón y que un chiste tonto las destapa.

ree

Me recuerda que puedo amanecer y tener un volcán esperándome. Que hay gente que me invita a espacios donde soy bienvenida. Que las despedidas nos enseñan que la gente no se cruza por casualidad, y que hay conexiones únicas que, aunque duren poco, te muestran partes de ti que habías olvidado.


Duele recordarlo y pensar que se acabo, pero no cambiaría por nada del mundo haberlo vivido. Aunque la despedida sea increíblemente dolorosa.


ree

Nunca había visto paisajes como los del Cotopaxi. Ni tantos tonos de verde como en las carreteras de Ecuador, ni me había quedado en una hamaca viendo el sol incendiarse en horizonte de los volcanes.


ree

Y para eso viajo. Para sentirlo todo. Lo triste y lo feliz, lo que me duele y lo que me me recuerda que estoy viva.


Este viaje me ha enseñado que no hay bendición más grande que no tenerle miedo a sentir. A entregarte a la experiencia. A no ir por la vida con freno de mano. A abrazar el miedo y aún así saltar al vacío.


ree

No todo es profundo ni perfecto. A veces es aburrido, caótico, cotidiano, superficial pero justo eso me da perspectiva. Me hace agradecer cuando algo se siente lo suficientemente diferente y mágico.


ree

Todas mis conexiones mediocres me han servido para reconocer cuando una conexión es única. Todos los días medio tristes me ayudan a valorar cuando el sol sale y me sobra energía. Todas las conversaciones aburridas me recuerdan que hay pláticas que te dan años de vida aunque duren unas cuantas horas. Todo se ha vuelto una cuestión de perspectiva.


Y creo que esa es mi reflexión final y lo que más me interesa decir con esta carta: que no nos dé miedo sentir. Que nos animemos a ponernos en situaciones que nos hagan conocernos mejor y que encontremos regalos en vivir intensamente.


Siento que por algunos años estuve rodeada de personas que tenían miedo a sentir y lo compensaban con otras cosas. y ahora soy capaz de verlo con mucho amor, pero también entendiendo que solitos se estaban poniendo en una cárcel. Yo ya no tengo ganas de vivir así, ojalá que quienes lean esto tampoco.


Btw: Ahora, me voy para las islas Galápagos. Estoy nerviosísima pero muy emocionada. Ya les contaré que tal me va.


Con amor,

 
 
 

Comentarios


Contáctame

Escríbeme si te identificas con algo de lo que escribo o si te gustaría trabajar conmigo.

Para lo que necesites, estaré feliz de leerte. 

¡Tus datos se enviaron con éxito!

bottom of page